16 junio 2021

MI PRIMERA GANADERIA

 

Estimado Pueblo:

 

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

 

Saliendo de los abriles y entrando en el mes de María, como decía mi querida “agüela” Pepa, venía a darse un común denominador en toda la chiquillería. Y es que, en el momento que los morales se cubrían de verde manto, como cantaban los románticos, unos huevecillos negros de tamaño de porretilla de alfiler que esperaban en la alacena desde el verano pasado, iban tornándose en lombricillas alegres que al son de comerse todos los dias su peso en hojas, se iban convirtiendo alegremente en “gusanitos de seda”, como eran conocidos por todo el que hoy tenga medio siglo o más.

Durante aproximadamente un mes, cualquiera de nosotros, nosotras y (bueno… dejémoslo ahí, que de esto ya hablaremos otro día) cuidaba de su ganadería para ver quién ponía antes rollizos a sus ejemplares, para que laboriosamente empezasen a realizar unos amarillentos capullos de hilos trenzados donde esconderse y trasmutar en una gordoncha palomita de blancas alas que para poco le servían, pues en mi corta vida de niñez jamás vi un gusano de seda volar, eso sí, parir lo que se dice parir, me ponían la caja de los Tórtolas (zapatillas de deporte parecida a las Nike americanas pero en plan pobre) hasta arriba, y así, a esperar que otra nueva primavera llegase, o más bien, que los años se comiesen esa maravillosa época llamada niñez y comenzase otra un poquito más complicada llamada pubertad.

 

O ¿es que alguien de los lectores se acuerda cuál fue la última vez que tuvo gusanos de seda?

 

“SEMOS VIEJOS”  (como diría uno que yo se me).

 

Atentamente;

El niño gilena.

 

 

11 mayo 2021

EL TIO DEL TIEMPO

 

Estimado Pueblo:

 

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

 

Andaba yo echando un cigarrito, mirando las pocas nubes primaverales que transitan por los pagos de La Mata Alcozarina, cuando se me vino a la memoria la imagen de un conocido que, teniendo la costumbre de alejar la vista al cielo siempre que se tomaba un descanso en su quehacer campestre, escrutaba la forma de alarge color y textura de las nubes, si las había, y después de algunas veces cagarse “entó la más bonito” y otras, de rascarse la frente con la gorra en la mano, vaticinaba si la secana se prolongaría o la tormenta se aproximaba y te caería en la textud antes de que se prexinase un cura loco. Tenía este que te miento también la virtud de oler el aire, discerniendo del tufillo la prontitud de las aguas que vendrían por caer, y ya ni te cuento cuando, sin comerlo ni beberlo, escuchabas: “este aire es de agua jezucillo” y, aunque parezca un cuento chino, las mas de las veces te mojabas seguro.

Que ni decir tiene cuando esas hormigas aladas que por aquí llamamos “alúas” y que de buen cebo hacían para costillas de pajarito, aparecían dando vueltas y revueltas entre terronales, un “Ofuuuu”, se escapaba de su boca mientras sostenía un celta emboquillao entre los labios, “tormenta, tormentita pa esta tarde”, y “er joio” acertaba la mas de las veces.

Lo más curioso que le vi pronosticar era que entre los finales de abriles y los principios de mayo, cuando andábamos dando una vuelta entre chumberas y eucaliptos, te decía con torcido de bocas “….EL VERANO VENDRA CALIENTE”, yo entre incredulidades le pedía una explicación que verificara lo expuesto y él, con su adquirido conocimiento ancestral, me contaba,  bueno… me enseñaba algún nido de tabarros, que escondidos de la solana seguían fabricando su guarida, y a esto añadía la explicación de que “tabarrera ensombrá… este verano jervirá”. Y ahí se quedaba la cosa, mas lo curioso es que el tío se salía con ella, por mucho coraje que a mí me diera.

 

Hoy, echando la vista atrás y la colilla al suelo, recuerdo con añoranza aquellas explicaciones de mi tío del tiempo particular y aunque hoy podamos preguntarle al móvil, consultar el ordenador o poner mil y un canales, la verdad es que esa magia que destilaba la capacidad de oler, mirar o que unos tabarros te transmitieran los calores, las aguas o los fríos me gustaba más.

 

Atentamente;

El niño Gilena

25 marzo 2021

PAPEL,TABACO Y MECHERO

 

 

Estimado Pueblo:

 

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

 

Andaba yo sentado en un banquito que me he fabricado de manera más o menos chapucera (ya sabemos que yo de bricolaje lo justo…pa enroscá una bombilla), cuando el solecito de primavera, el humo del cigarrillo y el olor del campo en flor, produjo en mis escurrías carnes un repeluco de gustillo, de esos que sentía uno en esos tiempos de aquellos locos ochenta, donde, con papel, tabaco, mechero y alguna que otra bellotita de añaduría (como diría Cervantes), se te quedaba una sonrisa de medio lao y una relajación pastosa y gustosa que, asistida con la compañía de….bueno… ya sabemos quiénes, hacían del más mínimo chiste la burla más absurda o la mueca más tonta, un coro de risas de la de llanto correoso que acababa con alguno tosiendo y diciendo “para, que lo echo to”.

Echando la vista atrás, recuerdo que toda esta parafernalia tenía su protocolo. Me explico:

 

Primero, había que tener mechero de los “reonditos”, de esos que le sacas el chisquero para “apetacá” la mezcla. Por supuesto, tabaco rubio, Boyere ¡qué papel! no podía faltar.

Lo esencial, una pasta entre marrón y amarilla que los más puestos sabían clasificar entre polen, aceitito, “esta es buena”, o “eso no vale ná”. La boquilla se sacaba normalmente de la solapera de la cajetilla de tabaco.

Total, que el aliño empezaba quemando la susodicha pelotilla o, más bien, calentándola hasta que se pudiese amasar como una barrita de “plastiquina” y se mezclaba con los hilillos de tabaco que se habían desmontao del fortuna.

Una vez puesto en el papelito, con su boquilla y su lametazo lengüetero de cierre, empezaban las leyes de Tagua, que son las siguientes:

 

1º El que lo hace lo enciende

2º Dejarle alguna pelotita sin desgranar pa que picara un poquito

3º No calentarlo

4º Ir preguntando cuando esta por la mitad ¿HAGO OTRO?

 

Total, que una vez saciada el ansia fumadera, empezaban las chanzas, las galgas correderas, las andanzas de TAO-TAO, la “crin de edado”, o el “a mí no me pega ni mi padre”, lo que hacía el deleite de la concurrencia.

Pero con lo que me quedo es con la sensación de amistad, de alegría y hermanamiento de la concurrencia.

 

En fin, por si algún día María, Daia, Oier, Diego, Irene o Alonso leyeran esta humilde charlotada de historias de juventud, comentarles que sí, que a algunos de sus padres les gustaban los porritos como a los chivos la leche.

 

Atentamente;

 

El niño Gilena.

23 marzo 2021

LOS INVITADOS

 

Estimado Pueblo:

 

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

 

Andaba yo en charla con mi madre este pasado domingo, tratando temas banales, cuando una frase de mi progenitora hizo despertar recuerdos de un pasado ya lejano. Y es que ese “Jesusito…qué sola estoy” trajo a mi memoria aquellos tiempos donde mi casa era un trasiego de invitados que, por una u otra razón, daban charla, compaña o molestia las menos veces, en aquellos días del cuplé. Me explico:

En una semana normal era corriente que diariamente el lechero pasara largo adentro a dejar los dos litros y medio que nos trágabamos a diario. Por otra parte, el panadero no podía faltar a su cita diaria de dos bollos, una media boba y un paquete de rosquitos para mi abuela. No tan de diario pero sí una vez por semana, “la Recio” con su seiscientos último modelo aparcaba de aquella manera, medio en la acera medio en la calle, y entraba bramando el nombre de mi abuela para ponerle la inyección de yo no sé qué. Algún día al llegar del colegio también me encontraba algún vendedor de libros, tomándose una cervecita que mi madre le había puesto, mientras largaba las bondades de la enciclopedia que quería endiñarnos, sin saber que lo que verdaderamente importaba a mi madre era si quedaba bonita en el mueble bar. Los viernes era para la del AVON, que anteriormente había dejado una revistilla llena de pinturuchas y potingues y ahora explicaba a mi madre lo guapa que estaría pintándose un lunar con este lápiz o dándose coloretes de esta u otra manera. Cada dos semanas un “pobre”, como decía mi abuela, recorría casa sí casa también, pidiendo la voluntad para los seis chiquillos que tenía de una señora de La Puebla de Cazalla. Los jueves, Antoñita “la menuita” traía la capillita salesiana de María Auxiliadora, la cual permanecía en mi casa dos o tres días entre velitas y palmatorias. Si llovía no faltaba alguna vecina que viniese a hacer leche frita, poleá o pestiños, mientras departía con mi madre las buenas nuevas de la calle. Los sábados por la tarde una monja de Las Filipensas, de nombre Salud y más seria que “el Viti” venía a echar un ratito con mi abuela Pepa y a meterse dos rosarios como Dios manda entre pecho y espalda. Los domingos por la mañana mi abuelo, Manuel Vázquez, cumplía con su tempranera visita a sabiendas que mi madre le regalaría copilla y media en el mismo vaso de Castellana dulce. Raro era el día que mi madre no era acompañada a la hora de la radionovela Lucecita con cualquiera de sus compañeras de calle, mientras traillaban entre agujas de punto o croché.

 

En fin, que ahora haciendo memoria entiendo a mi madre en eso de “Jesusito, estoy tan sola…”

 

Atentamente,

 

El niño gilena.

 

02 marzo 2021

CON LOS OJOS DE UNA CHIQUILLA

        


     Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

Dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, te lo asegura alguien que le gusta más el PESQUERA que a los chivos la leche.

 

             Atentamente;

                       IRENE SOLANO DIAZ

17 febrero 2021

EL MOLLATOSO

 

Estimado Pueblo:

 

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

 

Este fin de semana cuando me levanté, a las claritas del día, con la intención de coger una buena mano de espárragos con la que deleitar a mi querida señora, tuve a bien pararme a desayunar en el bar el Moral, enclavado en un antiguo descansadero y abrevadero de bestias, en los pagos de la verea de La Puebla y que hoy sigue dando cobijo y líquidos elementos a otras bestias de andares a dos patas.

Pues eso, que mientras daba cuenta de mi medio bollo con aceite y ajo, observaba cómo lo más granao de la concurrencia exprimía copillas de aguardiente en todas sus variedades, mezclados de sol y sombra, y algún valiente de los de antes se despeñaba al coleto copazos de 103.

Andaba en estos mirares cuando empecé a recordar a aquellos amantes del mollate que, en mi juventud veía pasar por delante de mi casa puerta, con paso trastabillante, cantando por lo bajini y sonrisa de medio lao, que ya se encargaría de cambiársela la parienta.

Y es que mi casa estaba a medio camino de dos catedrales de “mollatosos”. como eran la taberna el “Tropezón”, y el bar “Er borrico”. Y, para los que no querían pasar sed en tan larga caminata, hacía de punto central el despacho “La verdad”, con su afamado anís del Coral, provocando el trasiego de paisanos alegres, cruzando la calle de costero a costero, apoyándose en los cierros, meados hasta el pernil algunos, y dormidos en el sardiné otros, haciendo las delicias de la chiquillada de la calle.

Pero no te creas que esto sólo ocurría en esta calle tan singular, no, por toda la vecindad florecían este tipo de abrevaderos en aquellos tiempos, en los que las charlas eran cara a cara, entre chatos de manzanilla, cortaos de Vallejo y tintos de dudosa procedencia. Así, nos encontrábamos, para que los parroquianos pudiesen andar de un sitio a otro y no pasasen necesidad, Retamares en La Carrera, la bodega los González en el Pozo Nuevo, “pelo mono” en La Calzadilla, Casa Pepe en “Sarmigué”, “Currito” en El Barrio, “El Stop” en La Alameda, “La Goleta” por Correos y montones de lugares más que hacían para el “mollatoso” un pueblo donde la alegría se bebía al son de un toque por bulerías y un cante al compás de golpes en un mostrador de madera, mientras el mollate iba tiznando de rojo las venillas de la nariz.

 

Atentamente,

 

El niño gilena.

 

 

05 enero 2021

NOCHE DE REYES

 

Estimado pueblo:

 

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

 

Mágica noche la que nos espera, todavía se me hormíguea el estomago al recordar aquellos lejanos días donde, de la mano de mi padre y bajo la vigilancia de mi madre, nos disponíamos a buscar un sitito tranquilo donde nos regaran, con la lluvia dulce de caramelos y golosinas y con la ilusión puesta en que mi padre tuviese la suerte u osadía de pegarle un garbañón a una pelota de plástico rojo que, mas que para juegos de balompié, sirviera para pavonearme en la calle Espíritu Santo delante de mis amigos, cosa esta que nunca ocurrió.

Una a una, la maestría de los Fortes iba desfilando delante nuestra, en espera que sus majestades de Oriente, con sus pajes y ayudantes trabajando a destajo, colmaran las ansias de chuchangas del populacho.

“¡YA VIENE EL NEGRO!, ¡YA VIENE EL NEGRO!”, gritan los mayores que me tapan la visión. Mi madre me protege de algún misil azucarado que me haga visitar la casa de socorro.

Entre gritos de “¡AQUÍ, AQUÍ!”, balones, caramelos, palotes, y algún paquete de patatas “La Perdiz”, sobrevuelan mi cabeza. Entre las carrozas, una muchedumbre de chiquillos barredores dejan limpio de polvo y paja el empedradro de adoquín.

Después de la marabunta y nervioso como un flan, retornábamos pisando sobre crujientes sobras de caramelo, mientras me preguntaba donde se había metido mi padre.

Al acercarme al numero 22, salía corriendo como una centella a ponerme de puntillas y tocar el aldabón de la puerta. Mi abuela Pepa me recibía con una sonrisa y un beso en la frente. A los pies de un ropero de dos lunas, ya que en mi casa no tuvimos más árbol de Navidad que un trozo de níspero que asomaba por la pared medianera, se encontraba sin envolver un Geiperman de barbitas, vestido de explorador con su salacot y su rifle de cacería, al lado una caja de Airgamboys medievales de los que venían con armadura, caballito y lanza al ristre. Junto a este, un libro, mi primer libro, “DE LA TIERRA A LA LUNA”, de don Julio Verne, con la leyenda en la primera página, con letra de redondilla donde decía: Este libro pertenece a Manuel Jesús Vázquez Reina.

No sabía dónde acudir, todos sonreían al ver mi alegría, mi padre me ayudó a colocar el Geyperman, mientras mi madre iba friendo un par de huevos fritos con cebolla. Entonces tampoco teníamos roscón. Mi abuela empezaba a leerme aquella maravillosa aventura que hoy todavía conservo.

Lástima que aquella ilusión se escape junto con ese paraíso que es la niñez. Hoy, aquel cosquilleo me ha vuelto cuando María, mi hija, me ha cogido de la mano y me ha preguntado¨:

Papá, ¿esta noche llegan los reyes magos?

 

Feliz día de Reyes a todos, os pido que durante un rato seáis aquel niño de hace mucho, mucho tiempo.

 

Atentamente;

 

En niño Gilena